Tito Livio, muchos años más tarde, trasmite la noticia de que estas invasiones estuvieron provocadas por el incremento demográfico experimentado por las tribus que habitaban en el interior de la actual Francia. Esta emigraciones al norte de Italia(zona llamada desde entonces por los romanos Galia Cisalpina “Galia a este lado de los Alpes) no fue inmediata, sino que se prolongó durante un período de, al menos cincuenta años.
Así, los primeros invasores ocuparon la región de las fuentes del Po, mientras que las tribus que llegaron a continuación fueron atacando territorios cada vez más hacia el sur. Finalmente, la tribu de los senones, una de las últimas en llegar, invadió el territorio de la ciudad etrusca de Clusium(Chiusi) en su intento por encontrar un lugar donde asentarse. La ciudad atacada pidió ayuda a Roma, y romanos y senones se enfrentaron el 18 julio del año 390 a.C. junto a la milla XI de la vía Salaria, en la confluencia del río Alia con el Tíber. Los romanos se desbandaron casi sin lucha y los senones entraron en Roma y la saquearon, asediando a continuación la ciudadela del Capitolio, que resistió durante siete meses. Tras levantar el sitio, los senones se dividieron y una parte se asentó en la costa adriática, entre las actuales Rímini y Ancona, mientras el resto se trasladó a Sicilia para servir en el ejército de Dionisio, tirano de Siracusa, cuyas tropas infligieron duras derrotas a los cartagineses.
A partir de su espectacular aparición en la península Itálica, los galos fueron contratados por muchos estados y pronto aprendieron a batirse en el interior de gigantescas formaciones, luchando casi siempre en primera línea o en el centro de los ejércitos, allí donde las pérdidas eran más importantes. Sus armas principales eran la lanza y una larga espada; no usaban casco ni coraza y habitualmente combatían con el torso( y a veces todo el cuerpo) desnudo, cubiertos con sus torques y brazaletes de oro, y defendidos por un gran escudo plano y rectangular que los romanos copiaron( algo que probablemente también hicieron con tácticas como la llamada testudo, tortuga, en la que los legionarios se protegían bajo los escudos, solapados unos sobre otros a modo de caparazón).
Hacia el siglo II a.C., los galos comenzaron a utilizar los grandes caballos mediterráneos para crear vastos cuerpos de caballería que sustituían sus viejas formaciones de carros tirados por caballos de pequeño tamaño (ponis); los jinetes vestían casco y cota de malla – otra invención gala- como alternativa al gran escudo de la infantería que no podían manejar sobre el caballo.
Iniciaban los combates con ciertos rituales de intención mágica: ante su ejército formado, algunos campeones avanzaban danzando para retar a los mejores de sus adversarios a un combate singular. Mientras, el ejército hacía entrechocar sus armas y sonaban los famosos cuernos de guerra galos (cornyx), todo con la intención de amedrentar al enemigo.
LA AMENAZA ROMANA
A partir del siglo III a.C. fuero los romanos quienes se apoderaron de la Galia Cisalpina. Los primeros en caer bajo su dominio fueron los senones, sus viejos enemigos, definitivamente derrotados en el año 283 a.C. Cinco décadas más tarde , en el 232 a.C., el territorio de este pueblo fue convertido por Roma en el ager gallicus y repartido entre miles de familias romanas empobrecidas tras la primera guerra púnica, un conflicto que había enfrentado a Roma y Cartago durante 23 años. La reacción de los demás galos de la Cisalpina, encabezados por boios e insubros, fue la de aliarse contra Roma ante el peligroso ejemplo que suponía la creación de ager gallicus . Pero las victorias de Telamón sobre los boios y la de Clastidium sobre los insubros dejaron la Cisalpina en manos romanas.
El siguiente movimiento romano tuvo como objetivo el sureste de la Francia actual, un territorio conocido por Roma como Galia Transalpina. El dominio de esta región fronteriza con Italia daría a los romanos el control de la ruta que unía la península Itálica y las provincias hispanas, y de la lucrativa vía comercial que conectaba la ciudad griega de Massalia (Marsella) con los pueblos de la Galia interior a través del Ródano. En unas pocas campañas realizadas entre los años 125 y 121 a.C. Roma hizo de la Galia Transalpina una nueva provincia de su imperio.
La conquista de la Galia aún independiente- o Galia Comata,”melenuda”, así llamada por el peinado de los galos- sería obra de Julio César. Éste , durante su consulado del año 59 a.C., obtuvo por cinco años el gobierno de las provincias de Galia Cisalpina; Galia Transalpina y el Ilírico. Su ambición y su lúcida visión sobre el papel que podía jugar la Galia libre en la órbita romana le hicieron decantarse por su conquista. Ésta no sólo sería una fuente de riqueza para sus aspiraciones políticas, sino también la frontera septentrional que Roma necesitaba; frontera que desde un primer momento César comprendió que debía fijarse en el Rin.
LA SUMISIÓN DE LA GALIA
César sólo necesitaba un pretexto para meter el pie en la Galia y éste llegó el año 58 a.C., cuando los helvecios, asentados en la actual Suiza, decidieron emigrar a tierras de los aquitanos. Para ello debían pasar por la Galia , pero el paso de un pueblo entero a través de esa provincia romana habría conllevado, sin duda, graves daños; además el territorio abandonado por los helvecios sería ocupado por pueblos germánicos, que se convertirían en peligrosos vecinos de los romanos.
Así pues, César se enfrentó a los helvecios y los derrotó, haciéndoles volver a sus tierras.
Desde entonces, año tras año, campaña tras campaña, César neutralizo el poder de los pueblos de la Galia. En el 57 a.C. atacó y derrotó a una confederación de tribus belgas que habían logrado reunir más de 300.000 guerreros; al año siguiente le tocó el turno a los vénetos, ribereños del Atlántico, que fueron sometidos tras una batalla naval cerca de la bahía de Quiberon; en el 55 a.C., César cruzó el Rin en una demostración de poder ante los germanos y desembarcó en Britania con el mismo propósito.
En el 54 a.C., tras dejar a sus legiones invernando entre las tribus galas, viajó a Roma para ordenar sus asuntos políticos; los galos, conocedores de las dificultades de César en Roma, aprovecharon ese invierno para fomentar una insurrección general. Fueron los eburones los que tuvieron mayor éxito, pues consiguieron aniquilar a la legión que invernaba en sus tierras. El año 53 a.C. César volvió con la intención de castigarles de forma ejemplar y los exterminó; con ello esperaba aleccionar al resto de tribus guiada por el arverno Vercingétorix y a la que se incorporaron prácticamente todos los pueblos de la Galia central. Incluso los eduos, fieles aliados de Roma, se sumaron al levantamiento ya que, como el propio César admite, “ era mucho mejor caer en el campo de batalla que renunciar a la antigua gloria militar y a la libertad que habían recibido de sus abuelos”. Desde febrero de aquel año hasta octubre del año siguiente combatió César a los rebeldes, cuya resistencia quebró con la toma de Alesia, donde se había refugiado Vercingétorix.
Plutarco resumió de este modo las hazañas de César en la Galia: “ Tomó más de 800 plazas fuertes, combatió más de tres millones de enemigos, hizo un millón de cadáveres y un millón de prisioneros”. Estas cifras, aunque pueden ser discutidas, no deben en modo alguno rechazarse y dicen mucho del estado en el que quedó la Galia en el año 50 a.C., cuando César la proclamó nueva provincia romana, desde los Pirineos y los Alpes hasta el Rin y el Océano.